un buen día me tocó la guardia en el servicio de urgencias del Hospital, el servicio contaba con 2 consultorios para valorar a los pacientes y 5 camas en el área de observaciones; el personal Médico lo formaban dos Médicos internos de pregrado y el Médico residente de guardia (el Jefe del servicio únicamente acudía en las mañanas) y la correspondientes enfermeras que se limitaban a obedecer las indicaciones escritas en los expedientes de los pacientes encamados.
Siendo aproximadamente las 17:00 hrs., las cinco camas de observaciones se encontraban ocupadas por pacientes que así lo ameritaban, además teníamos tres camillas en el piso ocupadas con sus respectivos pacientes, en total los 8 pacientes de recién ingreso.
Me encontraba en el control de la sala de observaciones, realizando las obligatorias notas de ingreso y sus respectivas indicaciones, cuando uno de los Médicos internos me comenta - en el consultorio 1, se encuentra un paciente cardiópata diagnosticado y tratado en el Instituto Nacional de Cardiología y solicita atención urgente-.
Mi preocupación se disparó al buscar una cama o un espacio donde lo pudiera ingresar para su estudio y tratamiento, agregándose una gran angustia al recordar que no contábamos con aparato para tomar electrocardiogramas, me invadió una gran desesperación al voltear y ver a todos los pacientes encamados en espera de un tratamiento; - sobre todo al ver al paciente del cubículo 2, que cursaba con insuficiencia respiratoria y afortunadamente para el se encontraba en la única cama que contaba con oxigeno.
Después de mi rápido arqueo - me sentí impotente, desalentado y frustrado- por ser testigo de las deficiencias con que se trabaja en la mayoría de los Hospitales de nuestro país.
Sin embargo sacando fuerzas y valor no se de donde, acudía a valorar al paciente, grande fue mi sorpresa al observar a un paciente de aproximadamente 70 años de edad, con datos severos de insuficiencia respiratoria, sin embargo mi verdadera sorpresa no fue ver al paciente, sino a sus acompañantes -un par de jóvenes de entre 25 y 30 años de edad, de aproximadamente 2 metros de altura y muy fornidos-, uno de ellos con mirada amenazante y voz de trueno me dijo “atienda a mi tío”; no se si por miedo (yo creo que sí), balbuceando les pedí a los dos “gorilas” que subieran a su tío en una camilla y personalmente (en el hospital no existían los camilleros) lleve inmediatamente al paciente al cubículo 2, con la finalidad de colocarle el oxígeno.
Sin embargo al llegar al cubículo y tratar de colocarle la mascarilla de oxígeno me percate de que el paciente se encontraba en paro cardio respiratorio. Las maniobras de resucitación fueron infructuosas y decreté la hora del fallecimiento del paciente. ¿Fue el miedo, la desesperación, el exceso de trabajo, la falta de alimento? -No lo se-, me vi invadido por el terror.
Afortunadamente en ese momento uno de mis compañeros RII y amigo se presentó en el servicio por lo que le comenté la situación del paciente y mi temor a enfrentarme al par de “gorilas”; como respuesta y con una gran tranquilidad mi “amigo” me comentó -Yo acudiré con los pacientes a darles la noticia- . La bondad y tranquilidad de mi “amigo” me obligaron a pensar en lo egoísta de mi comportamiento, decidí enfrentar personalmente a los familiares.
Salí a la sala de espera de urgencias con gran entereza (nunca supe de donde salió) y les comente a los familiares el fallecimiento de su Tío, -Esperando lo peor, uno de los gorilas me extendió la mano para darme las gracias y al mismo tiempo para preguntarme cuales eran los trámites para recuperar el cuerpo de su Tío. ¡Evidentemente les estorbaba el Tío!...
Hoy cuando llego a ver uno de los programas del Dr. House, no puedo evitar comparar la eficiencia y puntualidad de los diagnósticos y tratamientos en su hospital, donde el paciente llega al servicio de urgencias y cuenta con el Ortopedista, el Cirujano General, el Cirujano de Tórax, el Cirujano de Corazón, el Cardiólogo, el Neurocirujano, etc., además de tener todos los recursos diagnósticos mínimos necesarios; teniendo como consecuencia la tranquilidad y seguridad de los diagnósticos. Concluyo diciendo lo mismo que Cristina Pacheco “Aquí nos toco vivir”.
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