sábado, 30 de abril de 2011

¡Yo nada más me robé un refresco¡


¡Yo nada más me robe un refresco¡  ¿y tú? , me pregunto el tipo que se encontraba formado delante de mi, de aproximadamente 35 años de edad, con voz cavernosa, mirada torva  y movimientos agresivos, - no le conteste nada -, debido a que mi cuerpo y mente se encontraban paralizados, no se si por que el frío de las 5 de la mañana  nos mantenía inmóviles y recargados en el portón de entrada al reclusorio norte, o por que desde varios meses antes vivía en un terrible estado de indiferencia.

La pregunta de  mi compañero de fila me obligo a buscar una respuesta dentro de mi mente y con mucho dolor me dije ¡Yo nada más cumplí con mi trabajo!  e irremediablemente me pregunté ¿La profesión de Médico vale la pena?, en ese momento repasé  las múltiples situaciones de angustia y dolor  que  hasta ese día había vivido como consecuencia del abuso y falta de valores de una persona desalmada y sin escrúpulos,   que viven de las extorciones que realizan a los Médicos y aprovechándose de las deficientes, injustas  y obsoletas leyes que rigen a los Médicos en nuestro País.

Empecé recordando   la llamada telefónica por parte de la CONAMED, donde la paciente astutamente levanto una denuncia en mi contra y posteriormente la retiró, para poder tener una coartada  lo que le permitiría realizar una nueva demanda penal en mi contra por lesiones con responsabilidad penal. En este proceso judicial es donde verdaderamente inició mi calvario, ya que para ser mayor mi problema y debido a la falta de dinero no contaba con un seguro de responsabilidad penal, y  rápidamente comprendí por que la gente tiene un mal concepto de los Abogados,  posteriormente tuve que cargar un amparo en la bolsa y soportar que los judiciales entrarán al consultorio amagándome y restregándome en la cara  una orden de aprensión.
 Todavía más difícil es estar en el juzgado esperando a que el secretario del juez me llamara y estar junto a los custodios armados  cuidando a los reos encadenados procedentes del reclusorio. Sin embargo lo peor de todo es cuando el secretario del juez le pregunta a la paciente que levanto la demanda en mi contra y a sus familiares ¿JURAN DECIR LA VERDAD?  Y con el mayor cinismo y sangre fría  aseguran y confirman una serie de hechos y situaciones que son completamente falsos, pero que finalmente son parte de su estrategia para lograr su objetivo: DINERO FÁCIL.

Durante dos años tuve que acudir a firmar semanalmente al juzgado, ya que me encontraba libre bajo fianza y durante todo este calvario me encontré con una gran cantidad de compañeros Médicos, nunca nos saludamos, nunca platicamos, pero siempre nos identificó el dolor y la angustia que se reflejaba en nuestra mirada.

Hoy quisiera  pedirle a la comunidad Médica que antes de emitir una opinión acerca del trabajo de otro Médico, valoren los distintos factores que intervinieron para tomar esa decisión, pónganse en su lugar y consideren que hubieran hecho Ustedes justamente en esa situación, con todos los atenuantes y agravantes; y sobre todo ¡jamás! ni con el pensamiento se vuelvan cómplices de una persona sin escrúpulos   que trata de obtener un beneficio secundario de un compañero Médico.



 


jueves, 21 de abril de 2011

¿No van a querer refresco?

 Siendo aproximadamente las 6 de la tarde caminábamos de prisa el Dr. Álvarez  y Yo, era una calle cercana al metro Balderas,  de pronto un puesto de tacos de “muerte súbita” se encontraba  frente a nosotros  -no supimos si era el hambre, la pobreza económica o las más de 30 horas de estar en el hospital sin tomar  un alimento decente-, nos quedamos viendo con una mirada de complicidad  y sin mediar palabra nos acercamos a preguntar el precio de los tacos. Con indiferencia el taquero nos contestó --- ¡de tripa,  suadero o longaniza la orden de 5 tacos es de a 5 pesos!
El Dr. Álvarez saco los pocos  pesos  (6) que traía en la bolsa del arrugado y sucio pantalón blanco que 30 horas antes portara con orgullo y soberbia en el paso de  visita y que a pesar de ser  RII ponía a temblar con sus acertados comentarios y brillantes opiniones, a los RIII y uno que otro Médico de Base.
Juntamos diez pesos ( los 6 del Dr. Álvarez y  los 4 pesos que me quedaban después de una larga guardia iniciada un día antes, a las 8 de la mañana).
Le pedimos dos órdenes al Taquero, quien con desgano nos sirvió los apetitosos tacos acompañados de la exigente pregunta ¿No van a querer refresco? - presurosos le respondimos que no, por lo que con  una mirada de desprecio nos barrio de arriba hacia abajo.
En ese momento pasaron rápidamente por mi mente  todos los esfuerzos, miedos, el cansancio y todos los pacientes a quienes atendí durante la guardia que terminó una hora antes; inevitablemente pensé en lo injusta que era la profesión del Médico, y aunque no lo comentamos estoy seguro de que la misma reflexión paso por la mente del Dr. Álvarez.
Sin embargo y confirmando la hipótesis  hecha  por otro amigo -- “ a los Médicos nos diseñaron para aguantar” , nos dimos a la tarea de devorar los tacos.
Al terminar nuestra frugal comida, el Taquero nos abordo con otra nueva pregunta ¿les sirvo otra orden?—con timidez le respondimos que no. Para nuestra sorpresa y con voz melosa nos pregunto que si trabajábamos en la SSA, para lo que orgullosamente le respondimos afirmativamente y ahora era el Taquero que con voz suave nos pedía de favor  le ayudáramos con un vecino que criaba puercos a un lado de su casa con todos los inconvenientes del caso.
Sin pensarlo dos veces y conscientes de que en nada le podríamos ayudar, el Dr. Álvarez y Yo fingimos un aparente interes en ayudarlo, pidiéndole sus datos y los del vecino. Como consecuencia el Taquero nos retribuyo la supuesta ayuda con otras dos órdenes de tacos.
Después de terminar con el obsequio del Taquero nos retiramos y en medio de risas hacíamos burla del oportunismo del Taquero e interiormente de la vida del Médico.   
     

viernes, 15 de abril de 2011

Abdomen en madera

Aproximadamente a las 13:30 hrs. escuche como golpeaban a la puerta del servicio de urgencias, por lo que me dispuse a recibir con una sonrisa amable al paciente en turno, sin embargo al observar que mi nuevo paciente tenia dificultad para caminar y literalmente lo cargaban entre su esposa y hermana, me sentí desvanecer de miedo, y le pedí a Dios me llenara de sabiduría y confianza.

Automáticamente le pedí al paciente me dijera el problema que presentaba, por lo que con dificultad  me contesto  - Hace  5 días comencé con fiebre y   diarrea, agregándose desde ayer un terrible dolor que me ofende todo  el abdomen- -  Le  hice un gran número  de preguntas, sin orden y sin lógica, debido a que mi mente me ordenaba huir del lugar y buscar la ayuda de algún Médico que supiera y me dijera que hacer-  Sin embargo recordé que a pesar de tener 3 días como Residente de 1er año Yo era el encargado del servicio de urgencias hasta las 8:00 de la mañana del día siguiente y solo contaba con el apoyo de dos internos de pregrado. 

Los quejidos del paciente me hicieron despertar de mi aletargamiento y para acrecentar mi infortunio, en ese momento entro el Jefe del Servicio de Urgencias y me preguntó –¿Que tiene el paciente?- por lo que con mi mayor honestidad y desesperación conteste –¡No lo sé!      ---podría Usted  ayudarme---- Petición a la que amablemente accedió, sin embargo,   después de tocar  y palpar el abdomen del paciente  me comentó –Ya es tarde y debo retirarme para llegar a mi otro empleo- … Nuevamente me hundí en la mayor impotencia y desesperación, al observar la cara de dolor de mi paciente, la cara de suplica de su esposa y mi gigantesca ignorancia. En ese momentos regresaron de comer los dos internos y sin el afán de molestarme, más bien con una actitud de servicio  me preguntaron “Jefe cuales son las indicaciones   para este pacientito”, en ese momento intente concentrarme y tratar de recordar en que materia de la escuela me debieron de haber enseñado algo al respecto, sin embargo tristemente llegue a la conclusión de que nunca recibí una instrucción adecuada y hoy era el día preciso para aprender,  por lo que decidí solicitar un par de radiografías de abdomen.

Aproximadamente una hora después llego el tan temido subdirector del turno de la tarde del Hospital,  un Médico recio, seguro de si mismo con especialidad en Infectología, y me pregunto ¿Quien es el residente encargado del servicio?   por lo que conteste con timidez  -Yo-    inmediatamente me espetó ¿Me quieres hacer el favor de decirme que hace un paciente de urgencias, sin ropa, sin camisón y sin camilla. Sentado  en el vestidor del servicio de radiología?  ---me quede petrificado, mudo del miedo y sin poder articular palabra alguna---     afortunadamente los internos regresaron con el paciente ya con camisón y sobre una camilla, por lo que el Subdirector me exigió que lo acompañara a revisar al paciente y al llegar junto al paciente y de una manera paternal me pidió que tomara el pulso y la tensión arterial al paciente, cuestionándome  los resultados, por lo que apresuradamente  le conteste –78 de pulso y 120/80 de t.a.- es decir dentro de límites normales-  ¿Entonces se encuentra normal? me pregunto,  a lo que respondí con mucha seguridad -Sí-, su cara se transformo por el enojo de tal manera que por un momento pense que me golpearía, sin embargo paulatinamente se tranquilizo y me dijo:    Observa su piel marmórea, el pene pequeño  -casi no se ve-, toca el abdomen y se encuentra duro en su totalidad   -es un abdomen en madera-  es decir existe un problema quirúrgico intraabdominal, esta perdiendo líquidos dentro del abdomen y como consecuencia esta en choque hipovolemico y esta liberando aminas para compensar y por eso aparentemente se encuentra normal la t.a. y el pulso.   

Sus palabras y   su gran calidad humana me permitieron aprender medicina y sobre todo comprender que sin práctica no hay aprendizaje, y sin Médicos que poseen la convicción de transmitir sus conocimientos no existiría la enseñanza, Mi recuerdo concluye con la siguiente pregunta:
 
¡Cuantos Médicos con la más genuina vocación por la enseñanza, son ignorados y desaprovechados!
                                                         
                                                                                                Dra. Leticia Ávila

 

 



 

viernes, 8 de abril de 2011

Yo creí que ya era Médico

El día que la universidad me confirió el título de Médico, yo creí que ya lo era. Había hecho mío el conocimiento de la anatomía, la fisiología, el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades.
Y así, con mi ser de científico colmado de saber con pretensión de omnipotente, me fui por el mundo a ejercer la medicina.
Todo iba bien al principio. Los medicamentos que prescribía controlaban las afecciones de mis pacientes, y mi bisturí extirpaba sus tejidos dañados.
Pero muy pronto la corona de mi erudición médica sufrió una lastimosa abolladura.
Amanecía un domingo cuando me llamaron del hospital para operar a un niño agredido por un perro que le destrozó el rostro y el cuello. Sangraba abundantemente y estaba agonizando.
En medio de transfusiones reconstruí con éxito las estructuras desfiguradas, pero en los días siguientes noté que a pesar del agradable resultado de mi cirugía, el niño seguía abatido, desmejorándose cada día, derrotando el optimismo que la ciencia me permitía.
Entonces me di cuenta de que yo estaba enseñado para tratar enfermedades, pero no a personas enfermas. Me lo mostró ese niño que no sufría por sus heridas, sino por la falta de su padre, prófugo del hogar.
De poco me servirían todas mis teorías para aliviarlo. Necesitaba también confortarle en su turbación emocional. Con ello percibí que la verdadera medicina no consiste en combatir la enfermedad como si fuera un objeto que entró en un cuerpo, sino en atender en su integridad humana a la persona que padece.
Hora tras hora, iba descubriendo que era más lo que ignoraba que lo que creía saber, y que llegar a ser un verdadero médico no se logra con la mera obtención del título profesional, pues por encima del conocimiento científico certificado, está la comprensión y la entrega para con el semejante que padece, a fin de atenuar sus dolores físicos, atenderlo en lo íntimo de sus temores, y confortarle en su interioridad que sufre.
En el ejercicio de mi profesión he presenciado el nacimiento de una criatura escuálida en una pobre choza, y el del bebé rozagante que ve la primera luz rodeado de flores en una clínica para ricos. He atestiguado la agonía atemorizada del valentón que siente escapársele la vida por los agujeros de una bala, y he estado ante los últimos estertores del anciano que deja el mundo con una plegaria de paz en sus labios. Y entre esos extremos de vida y de muerte, he quedado maravillado ante los prodigios que obran en la evolución de las enfermedades la fe en Dios y la voluntad de superar los padeceres, despedazando triunfalmente las estadísticas médicas y los pronósticos de las eminencias.
A través de los años en mi práctica profesional, descubrí que tras los síntomas que manifiestan los pacientes, clama el conflicto anímico que los ha originado, conflicto que anda por los consultorios buscando encontrar a un médico que lo reconozca, lo entienda y lo conforte para aliviarlo. Pero... ¡Qué lejos están de estos asuntos íntimos de la vida humana las páginas de los textos médicos y los sofismas de los catedráticos!
He visto frente a mí la expresión desesperada del adinerado que no se explica cómo su dinero no puede comprarle una hora más de vida, y me he acongojado al ver el rostro afligido del pobre que vende su sangre para dar de comer a su prole. He estado ante el hombre de mundo, antes soberbio y arrogante, ahora intimidado hasta lo risible por una erupción de la piel, y me he arrodillado para besar la frente de una madre que oculta los dolores de su cáncer para no molestar a sus hijos.
Con todo ello me quedó manifiesto lo distinto que es cada paciente, y el grave error que se comete al generalizar con ligereza en el tratamiento de los enfermos. Como si todos los pacientes fuesen iguales. Como si no tuviese cada uno sus muy propios sentimientos y circunstancias.
He hurgado entre mis dedos la milagrería de los tejidos orgánicos en las entrañas de la vida, y cada día se graba más en mi conciencia que mis manos son sólo un modesto instrumento entre el Creador y mis enfermos.
Por ello, en ese filtrado de conocimientos que nos da la experiencia, me quedó la firme convicción de que he de actuar ante quien padece, con humanismo y espiritualidad, no de médico a paciente, sino de ser a ser.
Escribo estos pensares dedicándolos a la nueva generación 2011 de profesionales. Coinciden ustedes, flamantes colegas recién graduados, en un mundo que les impone la alternativa de ejercer para la tecnología y lo científico, o servir al hombre enfermo.
Poseen sensibilidad de lo humano, virtud que les ofrece pasar de la ciencia a la conciencia. Dejar de vivir en el racionalismo científico, para convertirse en emisarios de Dios. Esto es lo que significa mi frase dirigida a las expectativas más profundas del enfermo: Estoy en ti.    Estoy en tu entraña. Porque vengo a ti en el Nombre del Señor.
Porque después de todo, nosotros los médicos sólo somos sencillos intermediarios del Señor que nos ha encomendado la misión predilecta de Cristo:   curar a los enfermos. Para que, cumpliéndola, lleguemos todos a merecer el noble título de “Doctor en Medicina”.
                    
           Dr. Jorge Fuentes Aguirre.